El día 23 de enero de 1933, los concejales que formaban
parte del Ayuntamiento de Gijón, presidido por Gil Fernández Barcia,
tomaban la decisión de construir una nueva «escalera de abanico» para la
playa de San Lorenzo. El acceso al arenal desde el frente de la calle
de Jovellanos había quedado obsoleto e, incluso, muchos días de verano
ocasionaba aglomeraciones de bañistas. Se buscaba un diseño moderno y
funcional, que diera servicio a los ciudadanos y que, a la vez,
'vistiera' un paseo, el del Muro que no tenía, todavía, muchos años de
vida.
Eran tiempos de penuria económica y laboral. En ese
contexto surgió la figura de José Avelino Díaz Fernández-Omaña como
arquitecto municipal. De su creatividad, salvando incluso las
inevitables disputas políticas, surgieron hasta cuatro posibles diseños
para los nuevos accesos a la playa. Empezaba a gestarse la Escalerona.
Siete meses después, en tiempo récord, la escalera era una realidad. Se
inauguraba, con un paseo de las autoridades, el día 15 de julio de 1933.
El próximo mes, este emblema gijonés y joya del racionalismo cumple 75
años.
Con todo, la aprobación del proyecto definitivo, la
puesta en marcha de la obra y la ejecución de los trabajos no fueron
retos sencillos de solventar. El primer obstáculo a salvar fue el
interés de los responsables políticos del Ayuntamiento de Gijón por el
hecho de que la nueva escalera fuera en «abanico». El objetivo era
tratar de facilitar al máximo el desalojo de la playa, pero contaba con
el inconveniente: la rampa posibilitaría la entrada de agua de la mar al
paseo, causando los inevitables trastornos al vecindario.
El arquitecto municipal optó por presentar, de forma
inicial, tres opciones. Una la del citado «abanico», y otras dos con un
basamento central y una meseta superior al nivel de la acera, aún
asumiendo que muchos viandantes podían «estacionarse» en esa zona y
dificultar la entrada a la playa. Se estaba dibujando la actual
Escalerona. Los proyectos fueron expuestos en el Ayuntamiento y la 'Liga
de inquilinos' tuvo claro que la mejor opción era la del basamento,
luego adornada por una torre que albergaría los aparatos de medida: el
reloj, el barómetro y el termómetro. La decisión estaba tomada en el mes
de marzo y, tras concurso público, la obra fue adjudicada a Gargallo
por 70.000 pesetas, el mismo presupuesto que había fijado José Avelino
Díaz Fernández-Omaña en su proyecto.
Luego, la Escalerona sufrió innumerables agresiones. Los relojes
originales desaparecieron y no corrieron mejor suerte los vidrios y
hasta los números de bronce del termómetro. Miguel Díaz Negrete, hijo de
autor del proyecto, levantó la voz de alarma en 2001. Trabajó un año en
recuperar piezas y, sobre todo, el espíritu de la vieja Escalerona. Su
padre estaría satisfecho. Hoy, el viejo emblema gijonés luces unos
envidiables 75 años.
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